
En su página, la ex-psicoanalista Alice Miller explica cómo podemos encontrar al terapeuta que nos conviene.
Miller parte de la idea de que de que es harto difícil para ella recomendar a un terapeuta que esté del lado del niño que fuimos y no de nuestros padres. Un terapeuta debe ser capaz de responder a nuestras preguntas, ser valientes y sentirse indignados con el comportamiento de nuestros padres cuando cabe hacerlo, y valientes también para responder empáticamente cuando dejamos escapar nuestra rabia contenida, capaces de reprimir esas absurdas ideas de uno debería olvidar, perdonar meditar y concentrarmos en pensamientos positivos, palabras vacías que apuntan a la espiritualidad como para cancelar en falso nuestro malestar.
Miller se opone a la avalancha de propuestas esotéricas, religiosas, sectarias, comerciales o manipuladoras, ya sea en lo físico como en lo psíquico.
Lo que Miller puntualiza es que para encontrar un buen terapeuta o darnos cuenta de que estamos ante uno, es su honestidad, su empatía y su capacidad para tomar muy en serio su propio drama como para comprender el ajeno. Cree que es indispensable hacerle preguntas y que responda con la verdad, que sea auténtica. Si se pone a la defensiva, entender que ya somos lo suficiente grandes como para buscar la puerta de salida y no volver nunca más. Muchos niños buscan cambiar a sus padres, y de adultos siguen haciéndolo, pero en este caso podemos muy bien buscar hasta dar con el terapeuta que buscamos y no intentar cambiar al primero que vemos. No lo conseguiremos y ni falta que hace. Cuando se sienta verdaderamente comprendida su cuerpo lo notará enseguida y profundamente.
Según Miller hay que hacerle al terapeuta todas las preguntas que nos vengan a la mente: su formación, qué la ayudó y qué no, si es capaz de discernir el daño que le infligieron o por el contrario los defiende o protege y minimiza sus daños… si acaso evita enfrentarse a su sufrimiento… cuál es el factor que más influye en el proceso curativo, si prefiere una terapia de tipo intelectual y guardar ciertas distancias. Un terapeuta que no puede enfrentarse a sus propios afectos porque su situación le provocaría dolor, no sirve. Usted acabará dependiendo e él o de ella y no podrá liberarse de sus emociones más violentas.
Un buen terapeuta la tomará en serio y podrá responder sinceramente a todas sus preguntas.