
Se han llevado a cabo numerosos experimentos cuya conclusión es semejante: el dolor es un estado emocional y una construcción social. El solo hecho de que nos digan que algo va a dolernos dispara la respuesta de dolor e incluso puede hacer que se vuelva crónico. Si antes de ponernos una inyección nos advierten que nos va a doler lo más seguro es que antes incluso de recibir el pinchazo anticipemos el dolor y se active la sensación dolorosa.
En la universidad holandesa de Radboud-Nijmegen se sometió a más de 100 voluntarios a quienes se expuso a una misma sustancia. Aquellos a los que se dijo que sentirían un picor no pararon de rascarse lo que significa que las palabras generan expectativas que modifican nuestras emociones.
Por medio de resonancia magnética otro estudio comprobó que las palabras «atroz», «insoportable» o «punzante» activaban la llamada matriz del dolor que es la misma región del cerebro que se activa ante estímulos nocivos. En otros estudios se comprobó que al aplicar un estímulo doloroso después de someter a los sujetos a palabras por el estilo incrementaba el dolor. La misma matriz cerebral se activa cuando somos abandonados por una persona o por un grupo o ante una ruptura conyugal. No por nada el lenguaje está plagado de expresiones como «me rompió el corazón» o «me apuñaló por la espalda.» Estas expresiones señalan a un dolor físico real. Lo mismo ocurre con los juicios morales como cuando decimos que algo nos da asco y nos vienen ganas de vomitar.
La incógnita era por qué ante una misma lesión algunos pacientes padecen dolor crónico y otros, no. La respuesta es que el factor emocional es la clave. Las personas más predispuestas a sentir dolor son aquellas en las que se verifica una mayor relación entre el núcleo accumbens y la corteza frontal, centros encargados de las emociones y la motivación. Tanto es así que se puede predecir con un 85% de aciertos quién sentirá dolor crónico y quién no, después de haber sanado.
Para más inri las palabras condicionan también lo que hacemos. Susana Martínez Conde dirige el Laboratorio de Neurociencia Visual del Instituto Neurológico Barrows, en Phoenix, estudia desde hace un tiempo cómo los magos nos engañan. Un ejemplo es cómo nos hacen pensar en un número despuées de deslizar en nuestra mente ese mismo número de manera sutil. A esto se le llama efecto de primado o priming y actúa a nivel inconsciente influyendo en lo que hacemos y en nuestros juicios de valor.
Pero lo que causa el efecto nocebo es igual de desconocido que lo que causa el efecto placebo.
El profesor Thomas Weiss asegura que leer los prospectos de los medicamentos produce más efectos secundarios nocivos que si no se los lee.
Según Goicoechea, el dolor es una estimación estadística del cerebro que activa una respuesta x cuando cree que existe una amenaza. Según Susana Martínez Conde, según sea nuestro estado emocional interpretaremos un estímulo como nocivo o amenazante o no. Es lo mismo que ocurre con el dolor empático, esto es, cuando sufrimos porque a otra persona le provocamos un daño, sea éste real o aparente. El dolor, por tanto, es una construcción mental como muchas otras, señala Luis Martínez Otero, investigador del Instituto de Neurociencias de Alicante. Y recuerda la anécdota del explorador David Livingston quien tras ser atacado por un león refirió no sentir dolor. Él lo atribuyó a una señal divina. Pero lo que seguramente le había ocurrido era que había recibido en su cerebro un buen baño de endorfinas.
Fuente
http://www.fogonazos.es/2013/02/insultos-que-duelen-palabras-que.html?utm_source=feedburner&utm_medium=email&utm_campaign=Feed%3A+blogspot%2Fwvqp+(Fogonazos)