
Desde 1918 se han llevado a la pantalla ni más ni menos que once adaptaciones cinematográficas de la famosa obra de Charlotte Brontë. Algunas incluso en formato de miniserie. Según algunos críticos todas estas adaptaciones se quedan cortas respecto de la novela. Yo no lo sé. Yo he leído la novela 8 veces y otras tantas veces he visto la película protagonizada por Orson Welles y Jean Fontaine, y nunca sentí que se quedara corta. Pero para gustos…
Lo que ocurre y que es cierto, es que Charlotte Brontë realiza en su novela una milimétrica descripción de los personajes y una exhaustiva relación de sus facciones físicas y psicológicas que puede que dejen poco espacio para la creatividad de los directores y de los actores. Seguramente todos los Sres. Rochesters se parecen entre sí así como la atmósfera brumosa y algo tétrica en que se desarrollan las escenas. Pero como digo, yo no he visto ninguna de esas otras adaptaciones por ser fiel a la de Orson Welles y Jean Fontaine que logró transportarme a ese mundo peculiar que pude disfrutar tanto como leyendo incansablemente el libro.
Al contrario de lo que ocurre con otras heroínas, incluidas las de Jane Austen, Jane Eyre se presenta a sí misma tal como es, con sus cualidades pero también con sus defectos, y lo hace delante de personas de mucha mayor autoridad o alcurnia que ella, sean éstas mujeres u hombres. No es una víctima, sino que sostiene sus principios sin traicionarse ni siquiera frente a St. John desafiándolos a todos y ganándoselos, metiéndoselos en el bolsillo.
Jane Eyre no es una novela romántica, publicada en 1847, sin más, en el sentido que le damos a la corriente del romanticismo, no narra las diferencias de clase del siglo XIX sin más, ni cuenta la historia de una huérfana desgraciada sin más, ni es una historia de amor sin más, sino que es el conjunto de todo esto llevado al paroxismo, dando lugar a algo completamente nuevo y distinto, narrado todo en primera persona de manera sincera, veraz, inconformista y sensible que nos lleva desde el primer momento a identificarnos con la heroína del cuento todo lo cual nos hace sentir en nuestras propias carnes su rebeldía contra todas las cortapisas de la (su) sociedad. Jane ocupa en el mundo el lugar de un ser humano. No espera que nos pongamos del lado de los huérfanos, los desheredados, los pobres, las mujeres o de los que carecen de fortuna: sin ambages lo deja claro en este diálogo:
«–¡Le digo que debo marcharme! –repliqué con cierto apasionamiento–. ¿Acaso cree que puedo quedarme y no ser nada para usted? ¿Es que cree que soy una autómata? ¿Una máquina sin sentimientos? (…) ¿Acaso piensa que, porque sea pobre, pequeña y vulgar, no tengo alma ni corazón? ¡Usted está equivocado! ¡Tengo tanta alma como pueda tenerla usted, y un corazón igual de grande! Y si Dios me hubiera otorgado algo de belleza y muchos bienes de fortuna, le costaría tanto trabajo dejarme como a mí me cuesta dejarle a usted. No le estoy hablando ahora por medio de los convencionalismos, las costumbres sociales o siquiera la carne mortal; es mi espíritu el que se dirige a su espíritu; exactamente lo mismo que si habiendo pasado por la tumba nos encontráramos a los pies de Dios como dos iguales, ¡pues eso es lo que somos!»
A diferencia de las heroínas de Austen, Jane toma la delantera y de manera directa y desafiante. Y todo esto, sumado a lo ya dicho, parece ser el motivo por el cual, durante más de medio siglo seguimos asistiendo a nuevas y otras más nuevas adaptaciones de esta magnífica novela que no desaparecerá quizás jamás, de nuestro imaginario.