
La ablación consiste en la eliminación total o parcial del clítoris mediante un corte, o incluso parte de la vagina con costura, con la finalidad de que la mujer no obtenga placer sexual.
No es sólo una práctica tribal. Los clérigos musulmanes ven con buenos ojos esta práctica porque creen que reprime el deseo sexual en mujeres y chicas jóvenes lo cual, para ellos, es deseable.
Pero la ablación se extiende también a Occidente, en especial a España, Francia e Italia, países en los que es alto el porcentaje de población de origen magrebí o arábigo. Algo parecido ocurre en Canadá, Australia y los Estados Unidos.
De hecho también se practicó en la Europa de los siglos XVIII, XIX e incluso principios del XX como modo de tratar ciertas enfermedades como la histeria o la epilepsia.
En la actualidad, según datos de la OMS, la mutilación femenina afecta a unos 140 millones de niñas y mujeres, y cada año más de 3 millones de niñas corren el riesgo de padecerla. La mutilación genital femenina se sigue practicando en 27 países de África y Asia y en algunos ni siquiera está penada por la ley.
Pero el 27 de noviembre de 2012 la Asamblea General de la ONU aprobó por primera vez una resolución por la cual se condena esta práctica y se pide a todos los países miembros que la prohíban y la castiguen. Se entiende que la ablación supone una amenaza para la salud mental, sexual y reproductiva de las víctimas y que las mismas padecerán daños irreversibles durante toda su vida.
¿Qué motiva esta práctica aberrante?
Además de lo ya dicho, se la practica como ritual de «iniciación» de las niñas, o porque se cree que los genitales femeninos son sucios y antiestéticos; o porque se cree que aumenta la fertilidad y hace el parto más seguro; o por la creencia errónea de que es un precepto religioso.
Por lo general se mutila a las niñas de entre 4 y 14 años, pero en algunos casos, al año de edad, como en Eritrea y Mali.
Además la ablación femenina es un trabajo muy bien remunerado y la practican comadronas tradicionales o parteras profesionales por lo que es fácil deducir que el prestigio de la comunidad y los ingresos percibidos están estrechamente ligados a que la práctica se perpetúe.
La ablación no es solo una violación de los derechos humanos, sino que es un maltrato, una tortura y pone en riesgo de muerte a las que la sufren. Puede darse el caso de un colapso hemorrágico o neurogénico por el intenso dolor y el traumatismo así como infecciones agudas y septicemia. Otros efectos son la formación de abscesos y quistes, una mala cicatrización, un crecimiento excesivo de tejido cicatrizante, infecciones del tracto urinario, coitos dolorosos, aumento de la susceptibilidad al contagio del VIH/SIDA, la hepatitis y otras enfermedades de la sangre. Pueden darse infecciones del aparato reproductor, inflamaciones de la pelvis, infertilidad, menstruaciones dolorosas, obstrucción crónica del tracto urinario, piedras en la vejiga, incontinencia urinaria, partos difíciles y un incremento del riesgo de sufrir hemorragias e infecciones durante el parto.
En la imagen: Waris Dirie, ex top model somalí y rostro mundial de las campañas contra la ablación femenina, de la que fue víctima en su país cuando tenía apenas 5 años.