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Desesperada

La historia de los perfumes: ¿a qué huele?

4 abril, 2013
La historia del perfume

El sentido del olfato ha sido desde siempre el que menos se ha tenido en cuenta ya que no nos parece imprescindible para mantener nuestra relación con el mundo porque altera en menor medida nuestra percepción del exterior que el sentido de la vista, del oído o del tacto.

Sin embargo el olfato tiene gran importancia a nivel emocional. Los aromas nos retrotraen a otras épocas de nuestra vida y nos recuerdan a ciertas personas. También tiene mucho que ver con el sentido del gusto. De hecho el olfato es el sentido que más rápidamente pone a trabajar a nuestro cerebro transportándonos a los afectos más profundos de manera inmediata, más que una imagen o un sonido.

La palabra perfume deriva del latín, per y fumare, que significan producir humo. Y no es casual porque parece evidente que desde que el hombre es hombre y aprendió a quemar ramas y hojas, comenzó a distinguir entre los distintos olores de las resinas, y a hacer con él ofrendas a los dioses.

Luego fueron los egipcios quienes se entregaron a la fabricación de esencias aromáticas. Clasificaron las flores y las hierbas según la naturaleza de sus aromas. Fabricaron no solo esencias, sino también aceites, ungüentos y bálsamos diluyéndolos en vino y otros alcoholes para avivar su olor. Con ellos embalsamaban a sus muertos y de hecho se han encontrado 3.000 recipientes cerámicos en la tumba de Tutankamón que aun conservaban su fragancia. Creían que los perfumes «no solo seducían a los hombres sino que también ahuyentaban enfermedades.»

Más adelante los griegos se ocuparon de que en sus gimnasios no faltaran perfumes: talcos, resinas mezcladas y aceites para la piel. Fueron también los primeros en comercializar sus perfumes entre las castas pudientes en preciosos recipientes cerámicos. Para los griegos el perfume era un don de Venus y perfumaban su cuerpo con distintos aromas: «menta para los brazos, mejorana para el cabello, aceite de palma para el pecho, tomillo para las rodillas, aceite de orégano para piernas y pies…» También los usaban con fines medicinales. Hipócrates mismo los usaba para curar algunas enfermedades.

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Hasta la llegada del cristianismo, con el que el arte de la aromaterapia cayó en desuso, los romanos ocuparon en ello un papel muy importante ya que democratizaron su uso y lo empleaban tanto para perfumar el cuerpo como para aromatizar el ambiente y los tejidos. Fueron los árabes quienes entonces tomaron el relevo difundiendo nuevamente el uso de los perfumes desde España al resto de Europa donde a pesar del cristianismo las clases más pudientes continuaron con su uso en parte porque la higiene personal dejaba mucho que desear. Se untaban el cuerpo con aromas como el ámbar, persistentes, para eliminar el mal olor.

En el año 1200 aproximadamente, el rey Felipe II Augusto fijó mediante una concesión los lugares en los que se comercializarían los perfumes y decretaba al arte de la perfumería como una profesión lo que fue aprobado igualmente por Juan II, Enrique III y Luis XIV, convirtiendo a Francia en el imperio del perfume el cual va a ser mejorado en el Renacimiento con el prensado de flores y su maceración. Pero es en el siglo XIX cuando se comienzan a producir aromas artificiales lo que es relevante de cara a la estabilidad o volatilidad de los aromas.

Nada de esto es casual por tanto, ni aunque para la Iglesia los perfumes y los cosméticos fueran “artimañas del diablo utilizadas por las mujeres para seducir a los hombres”.

Hay que pensar que el incienso se lleva utilizando desde hace 5.000 años y de que quienes se encargaban de utilizarlo en las ceremonias religiosas eran los mismos sacerdotes. También hay que recordar que desde la India se importaban grandes cantidades de sustancias aromáticas como el sándalo y las especias hacia Egipto, Grecia Y Roma, y que con la llegada de Napoleón al trono, el arte del perfumista se convirtió en una gran industria que daba puestos de trabajo y resultaba muy rentable. Fue entonces cuando comenzó a dársele importancia no solo al perfume en sí, sino también al envoltorio y a su publicidad incipiente.

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