
El Grand Palais de Paris expone hasta el 16 de enero 300 obras para ilustrar la progresión en la concepción histórica y artística fluctuante de la melancolía en Occidente, concebida como estado de ánimo o como patología, desde Hipócrates y Aristóteles hasta la aparición de psicofármacos como el Prozac.
El origen del término melancolía deriva del griego y hace referencia a la bilis negra, el peor de los cuatro humores que de acuerdo con Hipócrates componían nuestro cuerpo. Aristóteles asociaba la genialidad científica, política, filosófica o artística a ese estado de ensimismamiento o abatimiento y que a partir de entonces pasa a ser un signo distintivo de la cultura occidental. Según el comisario de la muestra, Jean Clair, no existen expresiones artísticas que la representen en el mundo oriental o islámico. El cristianismo asociará la melancolía al pecado original, «al diablo que acecha». «El infierno, los monstruos, conviven con los instrumentos de medida del espacio o el tiempo, las calaveras que nos recuerdan la finitud humana con los talleres de artistas inmortales.» Es propio de la iconografía occidental el dualismo mente-cuerpo, y la posición postrada del cuerpo con las manos en el rostro como intentando protegerse del mundo, o bien en posición meditabunda. El cristianismo asocia la melancolía a la pereza o a la introspección y solo puede ser motivo o causa de pecado. En el Renacimiento aparece ligada al genio o al artista y los románticos a la soledad de un mundo para el que Dios ha muerto. Con el cientificismo de las Luces, la melancolía es calificada de neurastenia, depresión o esquizofrenia y en 1988 se busca darle solución mediante el Prozac.
Es esta evolución la que muestra la exposición a través de obras de Cranach, Durero, Botticelli, Zurbarán, Goya, Van Gogh, Rodin, Picasso, Hopper, Kiefer, Parmiggiani y otros, abriéndose con la cabeza de Pericles esculpida por Cresilas, varios vasos y bajorrelieves griegos y romanos y una figura de Ajax pensando en su suicidio, Medea planeando el asesinato de sus hijos, Democleides, lamentando la muerte de un amigo y la imagen de dos mujeres afligidas por lo efímero de una flor. Luego, con el cristianismo nos encontramos con los que buscan la santidad en el desierto, acechados siempre por el Diablo: ahí nos topamos con las obras de Jeronimus Bosch, Lucas Cranach, Martin Schongauer, Max Ernst, Bruegel, Botticelli, Monsu Desiderio, Deodato di Orlando o Vittore Carpaccio, y más adelante, con Saturno devorándose a sus hijos. Durero, Goya y Giorgione. Lotto, La Tour, Zurbarán, Poussin vuelven a imponer una visión médica de este estado de ánimo mientras que Watteau, Piranesi, Füssli nos mostrarán al melancólico perdido y solo, entre la naturaleza. «Goya lo pintará como un igual. Y Böcklin, Delacroix, Géricault o Caspar David Friederich lo ven frágil y pequeño ante la inmensidad helada del universo.» Freud y Charcot le dan a la melancolía carta de ciudadanía nombrándola y renombrándola como hipocondría, neurastenia, lypemanía, psicosis maníaco-depresiva y el actual trastorno bipolar. Con Masserschmidt, Munch, Van Gogh, Hopper, Dix, Rodin, Picasso, Artaud, Kiefer, Mueck o Parmiggiani, somos invitados a realizar un recorrido crítico ya sea desde la empatía o desde una visión fría de las diversas formas de enfocar la melancolía, definiéndola como síntoma del genio o del loco, de aquél, en definitiva, que se cuestiona su estar en el mundo y «quiere saber por qué.»