
La visión que tenemos de la mujer musulmana es la de una mujer sumisa y discriminada, pero lo cierto es que el activismo femenino islámico no es un fenómeno nuevo ni mucho menos. Como ejemplos podemos poner a Fatima Mernessi, premio Príncipe de Asturias de las Letras, dedicada a reivindicar la educación para las mujeres y a la egipcia Nawal el Saadawi luchadora contraria a la ablación del clítoris.
Pero sí es cierto que la así llamada Primavera Árabe ha dado mayor proyección a estas luchas. Los motivos son, en primer lugar, que en Occidente estamos comenzando a prestar atención a la población civil de los países islámicos, y, en segundo lugar, internet, sobre todo las redes sociales a través de las cuales estas mujeres se comunican entre sí y difunden su mensaje.
Se trata de mujeres con estudios, que dominan perfectamente el inglés así como el ciberespacio, y aunque su despertar es lento, es evolutivamente imparable. En esto influyen diversos factores: «la urbanización, la educación, la desaceleración demográfica y la incorporación de las mujeres a la esfera pública y laboral.» Y a internet, confinadas como suelen estar estas mujeres al espacio privado.
Youtube, Twitter, la blogosfera y las redes sociales les permiten crear lazos y hacerse visibles ante el mundo. El caso de la niña paquistaní Malala Yusafzai ha puesto sobre el tapete el oscurantismo talibán que impide que las niñas se escolaricen, a través de un blog que abrió con solo 12 años. Víctima de un atentado que casi le cuesta la vida, Malala ha conseguido dar visibilidad global a lo que años atrás hubiera quedado reducido al ámbito de su aldea.
La prohibición en Arabia Saudí de que las mujeres conduzcan en las grandes urbes (menos agudizado en el espacio rural), es continuamente transgredida. Activistas como Wajeha al-Huwaider –actualmente en prisión por socorrer a una mujer a la que su marido había dejado encerrada en su casa sin alimentos ni agua–, y Manal-al-Sharif se graban conduciendo y suben los vídeos a Youtube y logran que se hagan virales a través de las redes sociales. Pero lo que para los occidentales es una lucha por los derechos de la mujer en realidad es más un problema económico que otra cosa ya que las mujeres dependen de que sus maridos o un chófer se encarguen de llevarlas a ellas y a sus hijos a todos los sitios, lo que supone un gasto importante para todas las familias.
También hay hombres contestatarios. Con más de 10 millones de visitas, el humorista saudí Hisham Fageeh hace una parodia de la prohibición de la mujer de conducir en No woman, no drive, que no es otra cosa que una ácida crítica al clérigo que dijo que conducir suponía un daño para los ovarios de la mujer.
El acceso de la mujer a las altas esferas también es un hecho. Divorciada y con un hijo, Israa Al Modallal de 23 años es la nueva portavoz del Gobierno de Hamas en Gaza. Y en agosto de 2013 Hasan Rohani, el nuevo presidente iraní, había nombrado a Marzieh Afjam portavoz del Ministerio de Exteriores y a Elham Aminzadeh como su vicepresidenta para Asuntos Legales. Donde se está retrocediendo es en los países en conflicto como Irak o Siria o en los países con inestabilidad política y socioeconómica como Egipto, Yemen y Afganistán.
En cuanto al niqab, no es un asunto prioritario para estas mujeres. Muchas usan el velo por propia decisión y sin que ello suponga que bajen las armas en su lucha por sus derechos. Es verdad que puede resultar incómodo pero no más que calzar unos stilettos de 10 cms de altura o la obsesión por modelar la figura que es preponderante y cuasiobligatoria en Occidente.
Gracias a las Femen sabemos que se puede luchar sin llevar ropa. Con Merkel y Thatcher que se puede ser mujer y tener mano de hierro. Y con las islamistas, que con muchos metros de tela sobre el cuerpo, se puede «ir rezando y con el mazo dando.»
Imagen: peatom