
El ácido fólico llamado también folato o vitamina B9, descubierto en los años 40, es una vitamina hidrosoluble de vital importancia como suplemento durante el embarazo para prevenir defectos en el tubo neural del feto (cerebro y médula espinal). Tanto es así que se recomienda su consumo desde antes el embarazo aun cuando los embarazos no sean planeados.
La mejor forma de consumir ácido fónico es a través de una multivitamina que contenga 400 microgramos de ácido fónico. También puede tomarse directamente de ciertos alimentos (espinacas, grelos, coles, lechuga, cítricos, legumbres, hígado y riñones, cereales integrales, leche y huevos y algunos frutos secos), pero la dosis no es suficiente.
Una vez que se está embarazada conviene subir la dosis a 600 microgramos a menos que exista el riesgo de que el feto padezca defectos del tubo neutral en cuyo caso conviene elevar aun más la dosis.
El alcohol, los barbitúricos y los antiácidos no permiten una correcta absorción del ácido fólico. La vitamina C, en cambio, la favorece.
El ácido fólico contribuye a la correcta formación de los ácidos nucleicos (ADN, ARN), en el transporte de información a las células, necesaria para formar las proteínas y tejidos del cuerpo y otros procesos celulares.
Conjuntamente con la vitamina B12 contribuye a la formación de los glóbulos rojos o hematíes e interviene en el desarrollo del sistema nervioso. La carencia del ácido fónico puede provocar anemia, trastornos digestivos e intestinales, enrojecimiento de la lengua, y una mayor vulnerabilidad frente a las lastimaduras. Los excesos no parecen mostrar efectos adversos.
Este ácido se forma en el intestino a partir de nuestra flora intestinal y se absorbe principalmente en el intestino delgado, luego se distribuye en los tejidos a través de la circulación sanguínea y se almacena en el hígado. Se excreta por orina y heces.