
Causaban furor durante el Barroco, tanto como las actuales estrellas del espectáculo. Su inigualable tono de voz despertaba pasiones.
Pero los castrati, o «castrado», en singular, no conseguían su voz aguda como los contratentores, de forma natural, mediante el ejercicio de las cuerdas vocales, sino por medio de una operación quirúrgica que consistía en la amputación de los testículos, que no del órgano sexual masculino. Los niños que eran sometidos a esta operación antes de los 10-12 años conseguían una tonalidad de voz única, híbrida, con toda la potencia masculina y la capacidad de lanzar unos agudos increíblemente femeninos. Esto se debía a que, con la operación antes de alcanzar las adolescencia, se evitaba la muda de voz.
Los castrati conseguían, por otro lado, desarrollar un pene adulto lo que sumado a su atractivo, los convertía en los amantes predilectos de la época. Y esto, en parte, porque los castrati no podían concebir, lo que hacía de ellos unos amantes excepcionalmente discretos. Pero también porque, a diferencia de sus congéneres del mismo sexo que se conformaban con apenas unos breves instantes de sexo que solo los satisfacía a ellos mismos, la castración volvía a estos galanes más resistentes en la cama (según el rumor aguantaban bastantes horas…), y mucho más solícitos con el placer y los deseos de las mujeres.
De entre ellos, el que quedara para la historia por su buen ver, su inigualable talento como cantante y sus agradecidas y solicitadas dotes como amante, fue Farinelli, castrato italiano del siglo XVIII, nacido y muerto en Bolonia, y del que se realizó una película en 1994.
Los castrati fueron desapareciendo paulatinamente con el paso del tiempo. Una de las razones fue que finalmente se aprobó el que las mujeres subieran a los escenarios y, en parte, el que la operación, ya innecesaria, comenzara a verse además con no muy buenos ojos, aunque los ingleses continuaran empleándolos en sus coros hasta el siglo XIX.