
En los años 70, Martin Seligman desarrolló una teoría en principio ligada a la conducta animal para explicar por qué tras someter a un animal a una serie de descargas eléctricas sin que el animal pudiera escapar de ellas hiciera lo que hiciera el animal acababa por no presentar conductas evasivas aun cuando se le dejase la puerta de la jaula abierta. El modelo que formuló Seligman se denominó de indefensión aprendida y poco después se reveló útil para explicar la conducta de los humanos que por una serie de circunstancias aprenden a ser indefensos y a no luchar contra la amenaza o el castigo.
El problema de fondo era la ausencia de contingencias entre el castigo y las posibles conductas de evasión cuyas consecuencias eran nulas o inútiles. El resultado era siempre negativo y esto conducía al animal o a la persona a la inacción y, en los humanos, a la depresión.
Contingencia se refiere al nivel de relación entre dos sucesos. Pueden establecer una relación de controlabilidad o incontrolabilidad en función de la voluntad del sujeto.
A este modelo se le sumaron en los ’80 las teorías de la atribución según las cuales las personas tenemos un modelo atribucional según el cual evaluamos la indefensión de manera más o menos severa e inescapable. Todo depende de cómo el sujeto evalúe las causas de la ausencia de la contingencia. Éstos pueden ser atribuibles a factores inamovibles o de carácter general o atribuibles a causas variables y de corte más específico.Una ejemplo de atribución estable es más difícil de sobrevellevar: «Ah, todo ha sido culpa mía, soy un tonto, nunca voy a poder avanzar.»
El modelo de indefensión aprendida se refiere a tres tipos de déficits:
1. el motivacional
2. el cognitivo
3. el emocional
A nivel motivacional lo que se observa es un decaimiento en la acción de escape y lucha si las consecuencias de luchar no impiden la amenaza.
A nivel cognitivo, es difícil desaprender la conducta de pasividad una vez se ha aprendido a seguir impasible.
A nivel emocional conduce a un estado de ansiedad y miedo que desemboca en una depresión.
El shock recibido reduce la agresividad y la competitividad de las personas. El sujeto queda condicionado a altos niveles de temor a toda clase de estímulos neutrales. Se produce un aumento del estrés así como alteraciones a nivel neuropsicológico en los niveles de cortisol y de ciertos neurotransmisores. Aumenta la posibilidad de contraer cáncer.
La única manera de anular el efecto de la indefensión es mostrarle al sujeto previamente que sí hay conductas exitosas de escape. Es una manera de inmunizar contra la indefensión. Tener en el bagaje conciente o incociente una treta de controlabilidad permite escapar airoso y no permanecer inerme.
El valor de esta teoría puede encontrarse en su relación con la depresión abarcando «síntomas, etiología, terapia y prevención.»
En el depresivo disminuyen las acciones voluntarias y hay retraso psicomotor, lentitud mental, pasividad y demás. En la depresión extrema se da el estupor. Hay además una predisposición cognitiva negativa: éxito o fracaso no dependen de su voluntad y son incontrolables y estables. El status de dominancia o la capacidad de agredir a los demás como defensa, se reduce. «Este síntoma es tan notable que Freud y sus seguidores hicieron de él la base de la teoría psicoanalítica de la depresión: cuando se pierde el objeto amoroso el depresivo se encoleriza y dirige la cólera hacia sí mismo. Esta hostilidad ‘introyectada’ produce depresión, odio hacia sí mismo, deseos de suicidio, y el síntoma más característico de ausencia de hostilidad hacia el exterior.» Asimismo se produce una falta de apetito y de la libidio y cambios fisiológicos y neurofisiológicos parecidos. «Parece ser que la administración de fisiostigmina (droga que activa el sistema colinérgico) en sujetos normales desencadena a los pocos minutos un estado depresivo con sentimientos de indefensión, deseos de suicidio y odio hacia sí mismo. Cuando a estas personas se les administra atropina (droga que bloquea la actividad colinérgica) los síntomas desaparecen y los sujetos vuelven a su estado normal.»
Las similitudes etiológicas son obvias y en cuanto a la terapia, según Beck, el mayor cambio se da cuando la persona llega realmente a creer que sus acciones pueden ser fuente de transformación de las circunstancias aversivas y recupere la confianza en sí mismo. Es probable que aquellos que no pueden cambiar su estilo atribucional hayan tenido una experiencia de vida muy negativa en cuanto a las posibilidades de cambio. Aquellas que no responden positivamente seguramente se vieron envueltas en situaciones en las que su conducta no producía respuestas contingentes con sus actos con la consiguiente carga de sufrimiento, la baja autoestima, la generalidad y cronicidad de la depresión.