
Llevamos una vida frenética. Y esto aumenta cada día. Antes, para enterarte de una noticia debías esperar al día siguiente para enterarte por la prensa. Hoy lo consigues al instante vía Twitter o las ediciones digitales de los periódicos. Hace no mucho nos comunicábamos a través de cartas que llegaban en unos cuantos días. Ahora nos comunicamos vía mail. Antes, cuando algo se estropeaba lo llevabas a reparar. Hoy lo tiras a la basura y te compras uno nuevo. Es más barato reponer que reparar. Todo esto debiera relajarnos dándonos más tiempo libre y sin embargo no es así. Crece exponencialmente el número de personas que padecen estrés, ansiedad o depresiones de pasarse todo el día corriendo. Y a esto es a lo que apunta el movimiento slow que es eso, un movimiento, sin líderes, sin estructura ni portavoces. Y nace en Roma, en la Plaza de España en 1986 cuando la cadena McDonald’s, pretende abrir una sucursal y un grupo de personas con el periodista Carlo Pertini como cabeza visible, deciden protestar por ello viendo peligrar la comida local, buena y alimenticia, con la expanción de la fast food. A la fast food le oponen la slow food.
Pero no fue una protesta aislada. Se crea todo un movimiento en pro de los productos locales, de la cocina tradicional y la gastrónomía local en contraposición a la explotación intensiva de tierras con fines comerciales.
Pronto el slow food se expande a otros ámbitos de la vida igualmente afectados: slow sex, slow fashion and slow life, e igualmente importantes.
Se trata de ser concientes de los bienes y del tiempo con que contamos para llevar una vida más relajada y de la que podamos disfrutar.
En los últimos 30 años el movimiento slow se ha ido expandiendo a medida que todo el resto se aceleraba, primero en Europa y más adelante en América. Una buena expresión del movimiento slow son las ciudades ralentizadas en las que se promueve el trato con los vecinos, el comercio local y el respeto por el medio ambiente.
Si te interesa el tema puedes leer Elogio de la lentitud de Carl Honoré.