
La pregunta es por qué la pareja entra en crisis. Qué hace que decaiga el interés por el otro, que su compañía nos resulte tediosa, que la sintamos como a un ser extraño con el que ya no compartimos nada.
No hay fórmulas mágicas para hacer que una pareja funcione, y eso es una lástima.
Pero analicemos qué es el aburrimiento.
Para el filósofo V. Yankelévich, «El aburrimiento es la desgracia en calma. El mar de aceite. Lo contrario del alborozo de la partida y de los impetuosos vientos matinales. Aunque después lo contemplemos como algo pasajero, nos parece eterno mientras nos oprime. Envilece todo cuanto toca, porque su función es despreciar y desvalorizar, como la del amor es la predilección preferente. Es el más terrible disolvente para los valores, los ataca y los descompone en silencio, como un ácido velado; nos va quitando el apetito por donde pasa, las cualidades se quedan desvaídas y se vuelven anodinas, insípidas e inodoras… pero, sobre todo, incoloras” (p. 113). Para Bion (1978, p. 253) «someter a alguien al hastío es una tarea disolvente y hasta cruel.» Es un estado que bloquea todo vínculo.
Es por ello que debemos preguntarnos qué hay detrás de ese aburrimiento que nos embarga. Porque el aburrimiento es un afecto de no afecto, en palabras de Gutton. Tiene una cierta similitud con la depresión pero no es exactamente una depresión. En “el aburrimiento -dice Nicolussi, G., 2001- no hay sentimiento de inferioridad y autoacusaciones, sino que se tiende a atribuir la culpa de tal estado de ánimo a los otros y a circunstancias externas.»
Es decir, en la pareja atribuimos el tedio a la conducta de la otra persona. Es ella quien no nos sorprende, quien hace siempre las mismas cosas. Es ella quien no nos motiva. Y nos olvidamos que en una relación de pareja el trabajo es un deber diario por parte de ambos. Pero no por deber sino por amor.
Es muy corriente creer que el otro debe adivinar cuáles son nuestros deseos y nos desesperamos al ver que el otro no solo no los adivina sino que ni siquiera hace el esfuerzo por «entrar en nuestras mentes» y así satisfacernos. Es un error esperar que el otro adivine cuáles son nuestros deseos. Debemos aprender a expresarlos. De lo contrario pronto, más temprano o más tarde, comenzaremos con los reproches por ver quién es el más culpable de una situación que se ha convertido en intolerable cuando hubiera bastado una palabra dicha en el momento adecuado para romper con la rutina y el abandono mutuo en que se han instalado nuestras vidas.
Y esto no es más que una traición mutua. Una traición respecto del proyecto en el que nos habíamos embarcado amparándonos «en las largas jornadas de trabajo, los hijos, la falta de sexo», en lo que sea. Y no hay que creer que una separación por sí sola puede resolver el problema. Muchas parejas se separan y vuelven a estar juntas pasado un tiempo, pero no han resuelto nada. La solución pasa por enfrentarse a la propia incapacidad para poner en palabras lo que en realidad callamos.
Imagen: eldiario24