
“…se dieron cuenta de que estaban desnudos” (Gn 3,7). Las primeras consecuencias emocionales para Adán y Eva de aquella noción, son la culpa y la vergüenza, que intentan enfrentar con el pudor: “tuve miedo porque estoy desnudo, por eso me escondí” (Gn 3,10).
Cuando Adán y Eva toman conciencia de ellos mismos, es que se vuelven sujetos sexuados y diferenciados. «La salida de la edad de la inocencia es decretada con el nacimiento del pudor, necesario para defenderse de la mirada ajena. Sin esa mirada no hay desnudez, o mejor dicho, no hay conciencia de ella. Es la mirada del otro que crea una división entre cuerpo visible y alma invisible. Es la mirada del otro, entonces, lo que nos hace percibir la existencia de un tesoro secreto que se comparte con pocos: la intimidad.»
Desde el punto de vista de la moral católica, «El pudor, la protección de la intimidad personal, se nos aparece como el acto por el cual la persona se hace presente en su propio cuerpo despojándole de todos los matices animales para presentarlo a los demás como una persona, es decir, digna. … La manera quizá más grave de desposeer a las personas de su dignidad es violar su intimidad, es decir, forzarles a manifestar lo más íntimo de su persona contra su voluntad, es tanto como exponerlas a la vergüenza pública y privarlas de seguir siendo dueñas y señoras de aquello que es solo suyo: lo íntimo. … La persona entera, cuerpo y alma, es la que manifiesta toda nuestra intimidad.»
De acuerdo con Scheler los sentimientos se dividen según estratos. El pudor y la vergüenza aparecerían en un segundo estrato –al igual que la angustia, el miedo, el asco, la aversión o la simpatía–, perteneciente a los sentimientos corporales (como estados) y los sentimientos vitales (como funciones), relacionados con el cuerpo pero sin una localización concreta en él. Según su análisis fenomenológico la vergüenza no es un sentimiento externo inculcado o aprendido sino más bien «un regulador del sentido interno que protege al sujeto y lo orienta hacia una valoración positiva de sí mismo.»
Para Lacan, a la verdad –es decir, a lo real- sólo es posible decirla a medias, mostrarla en parte. «La vergüenza adviene ante la desnudez que deja ver a un sujeto. La vergüenza es, entonces, un efecto de lo real, el testimonio de que lo real está concernido . Cuando lo real se muestra –se dice a medias- brota la vergüenza y se convierte en vehículo de la subjetividad.»
Lacan había analizado ya en el Seminario I algunos aspectos referidos a la vergüenza, tomando como base una anécdota relatada por Sartre en la cual un hombre es sorprendido espiando por una cerradura.
Según Vincent de Gaulejac, en su obra “Las fuentes de la vergüenza”, Sartre “… muestra cómo la vergüenza, “conciencia de sí mismo bajo la mirada del otro”, se desarrolla en «una interacción entre la emergencia del sujeto y la confrontación con los otros (…) la vergüenza es la experiencia del vínculo social.” Para Sartre “La vergüenza es un sentimiento de caída original, no por el hecho de haber cometido tal o cual falta, sino simplemente porque he “caído” en el mundo, en medio de las cosas, y porque necesito la mediación del otro para ser lo que soy” . Se “cae” en el mundo a partir de la vergüenza como constitutiva, ya que es constitutiva de la mirada del otro (del Otro) sobre el sujeto con lo que se le quita aquí a la vergüenza toda connotación negativa; más que un afecto que molesta al yo, este sentimiento acude al nacimiento del sujeto, en el mundo, «bajo la mirada del Otro, e incluso el Otro cultural». El sociólogo destaca además que “Al reconocer que su conducta es vergonzosa, el sujeto puede conservar su lugar en la comunidad social. En caso contrario, corre riesgo de desviarse hacia la locura o la inhumanidad”. Siguiendo esta línea, «la vergüenza humaniza, da un lugar subjetivo frente a los otros. Si hay vergüenza ésta es signo de que hay sujeto.»
El psicoanalista Roland Chemama analiza el término “vergüenza” partiendo de su origen griego, aidôs que quiere decir tanto “vergüenza” (honte en francés) como “honor” (honneur). Los griegos veían en el adiôs la raíz de la moral social. El hombre sin vergüenza no sería aquel que no tiene razones para sentirse en falta, sino, por el contrario, es todo aquél que realiza algo vergonzoso, y que por tanto, carece de honor. Aparece aquí la idea de que la vergüenza podría ser un valor (nuevamente) para orientar el accionar de las personas (para conservar su honor), «más que la sumisión a una prohibición explícita.» En el discurso lacaniano, cobra entonces sentido la frase “morir de vergüenza es un imposible para el honesto”.
Es conocido el caso de la supermodelo británica Kate Moss que confesó que sufrió una crisis nerviosa cuando a los 18 años tuvo que posar con poca o ninguna ropa en una sesión de fotos para Calvin Klein que la catapultó al estrellato, en 1992: «No sentía que fuera yo en absoluto, me sentía realmente mal. No me gustó», admite la «top model» en una entrevista con la revista Vanity Fair. «No me pude levantar de la cama en dos semanas, pensé que me iba a morir. Fui al médico y me recetó Valium», señala la modelo. «Me encerraba en el baño y lloraba, pero luego salía y posaba».
Pero ¿cuál es el origen del «pudoricidio» que nos aqueja (o que nos libera)? Miguel Dalmau realiza un análisis psicosociológico de este hecho situándose entre la generación de los baby boomers que sufrieran la represión franquista y el «putiferio» que abunda en la World Wide Web más los cuerpos al sol que pueblan la isla de Mallorca en la que reside, para intentar dilucidar cómo ha sido posible que «aquello que escandalizaba a sus abuelos hoy pasa inadvertido.» El hilo conductor de sus páginas es la historia de la liberación de la mujer y la pérdida generalizada del pudor desde principios del siglo XIX hasta la actualidad en que la instalación social del impudor –circunscribiéndose a la sociedad occidental–, parece haberse hecho moneda corriente.
Lord Byron (1788-1824) aparece como “el primer talento de su siglo”, según Goethe, pese a que tuvo que abandonar Inglaterra empujado por sus escándalos y amores turbulentos con su hermanastra Augusta. Luego nos encontramos con la escritora francesa Georges Sand (1804-1876), quien, como muy bien pone de manifiesto Éduard Manet (1832-1883) desafía a todas luces el orden burgués. O Claudine Colette (1873-1954) «que se presenta como la escritora de vida y obra más impúdica de una generación que, tras el impacto de la Primera Guerra Mundial y el auge de la fotografía y el cine, comienza a exhibir el desnudo con un descaro hasta entonces nunca visto.»
En los años de la República de Weimar, la libertad sexual alcanza cotas nunca vistas llevada en volandas por un nuevo valor social que acabará por imponerse y generalizarse a lo largo del siguiente siglo: la intimidad. En 1928, Virginia Woolf (1882-1941), “la escritora más grande del siglo XX”, reclama en su célebre conferencia de Girton College en Cambrige “una habitación propia”. El viejo orden patriarcal se desmorona «y la ascensión del comunismo, del fascismo y del nazismo es un mal presagio para un viejo orden que caerá tras la II Guerra Mundial.» En mayo de 1949 aparece en París el primer volumen de El segundo sexo, de Simone de Beauvoir, obra esencial para comprender los albores del feminismo. «Su tesis central es que no se nace mujer, se llega a serlo a través de una construcción social.» Tres años más tarde, en 1952, también en París, se publica Lolita, la novela de Nabokov en la que se retrata «una fauna que hoy se da con evidente frecuencia.»
La revuelta y el inconformismo que supuso mayo del 68 fue un trampolín para la liberación de la mujer, y la ruptura de los viejos valores vinculados al pudor convergen en la ruptura de los viejos moldes. Por primera vez se habla abiertamente del orgasmo femenino y «a partir de los 70 se levanta definitivamente la veda.» «Desde California a Japón la industria cinematográfica explota la creciente sexualización social.» El último tango en Paris (1972), Emmanuelle, El portero de noche o Saló, van mucho más allá de los límites del pudor lo mismo que El imperio de los sentidos (1976) de Nagisa Oshima que nos invita a quemarnos «en el fuego del deseo.» Grupos como Sex Pistols, The Clash o Patti Smith escupen obscenidad a los cuatro vientos «como lucha por un mundo mejor.»
En el número ya legendario de marzo de 1993 de la revista The Face salió, justamente el reportaje fotográfico de una adolescente Kate Moss semidesnuda tirada sobre la moqueta en una habitación casi sin muebles, de frente, sin apenas maquillaje y en posturas inverosímiles. «Esa estética grunge y su modo de entender ciertos valores se extendió como la pólvora y comenzó a denominarse ‘chic hernio’ (heroína chic).»
Con la llegada de Internet el porno «se expande, profundiza y enriquece.» Estamos ante la sociedad del espectáculo de la que habla Guy Debord. El mundo entero participa de una exhibición pública de la intimidad. Internet cumple la paradójica función, en palabras de Dalmau, de “liberar el instinto sexual del individuo sin las trabas convencionales de la civilización”.
“Todo lo que es profundo ama la máscara”, sentenciaba Nietzsche, y la elegancia del pudor es un buen ejemplo.
Fuentes
http://www.jornada.unam.mx/2011/02/06/sem-fabrizio.html
http://www.elcultural.es/version_papel/LETRAS/31380/El_ocaso_del_pudor
http://entrepsicoanalistas.blogspot.com.es/2009/10/psicoanalisisacerca-de-la-verguenza-el.html
http://www.sigueme.es/libros/sobre-el-pudor-y-el-sentimiento-de-verguenza.html
http://www.publico.es/televisionygente/444780/kate-moss-tenia-miedo-a-desnudarse-al-comienzo-de-su-carrera
http://www.fluvium.org/textos/sexualidad/sex128.htm