
«La seducción se relaciona con el éxito amoroso, pero no es sólo eso. Seducimos cada vez que nos comunicamos y logramos que la persona de enfrente se sienta atraída por nosotros. En ello hay una carga genética, porque hay personas más extrovertidas, que lo tienen más fácil, y otras menos. Pero también influye cómo fueron las primeras relaciones con padres, amigos, profesores. Hasta los introvertidos aprenden técnicas para salir adelante. Pero también hay quien disfruta de la introversión, y muchos son artistas, creadores que generan gran originalidad», argumenta la psicóloga Alejandra Vallejo-Nájera.
Seducir es un arte. Y como en todo arte, se requiere o bien de un don con el que se nace o bien del dominio de una serie de técnicas. Casos famosos de seductores natos eran Madame de Récamier y Lord Byron. Lord Byron se servía de su famosa «mirada de soslayo». Mientras te hablaba de banalidades dejaba caer la cabeza hacia un lado hasta que la persona objetivo de su deseo lo sorprendía mirándola fijamente a los ojos, la cabeza aun inclinada. Era ésa una mirada ambigua, pero también peligrosa y desafiante. Una mirada difícil de sostener o de dejar pasar. Te hechizaba. Madame Récamier, también se servía de largos monólogos sobre asuntos mundanos mientras su mirada se posaba tentadora sobre sus interlocutores. Se trata siempre se insinuar, de echar tentáculos que aprisionen el deseo del otro de manera sutil y envolvente que dé por tierra con las resistencias de la víctima. Hay miradas que hablan el lenguaje del placer, que se presentan como un enigma que no queremos dejar de resolver porque alimentan nuestras fantasías. Te sacuden, te enajenan de la rutina diaria, te hacen dar un respingo. Sientes que has entrado en otra esfera en la que hay promesas de goce incalculable. De acuerdo con Freud, «Lo que distingue a una sugestión de otros tipos de influencia psíquica, como una orden o la transmisión de una noticia o instrucción, es que en el caso de la sugestión se estimula en la mente de otra persona una idea cuyo origen no se examina, sino que se acepta como si hubiera brotado en forma espontánea en esa mente.»
Se puede ir al grano pero luego disolver suavemente el mensaje de forma que intrigue a la otra persona. ¿Qué quiere de mí? es la pregunta que le obsesiona. Quedarte en lo obvio, mantiene la atención del otro solo fugazmente. La tensión se difumina. Las señales han de ser contradictorias para que el otro desee descifrar tu lenguaje mezcla de autoridad y sumisión, de saber estar y de ser un cochino, de espiritualidad y terrenalidad, de inocencia y de astucia. Todo eso es una promesa de profundidad al que una no puede resistirse fácilmente. Te quedas pensando en ello. Has caído en las redes del otro. Has sentido el fogonazo de la seducción más pura. Lo meramente físico puede mantener tu atención durante un momento pero el arte de seducir requiere que la atención fluctué entre lo que ve y entre lo que la mente imagina. Se trata de encender en el otro sus fantasías. Es el único modo de mantener la atención sobre ti. De lo contrario, el bullicio que os rodea engullirá todo intento de seducción. Has de hacer creer que en ti hay más de lo que se ve a primera vista. Y esto debe ocurrir en cuanto alguien se fije en ti. Todo sucede en ese primer momento. En ese primer contacto. Lo que tanto atraía de Lord Byron era que jugaba con la ambigüedad y la contradicción. Detrás de su aspecto algo frío y desdeñoso, se intuía algo muy romántico y espiritual. A su aire melancólico sumaba repentinas buenas obras. Y las mujeres, bajo su influjo, caían derrotadas, deseosas de descubrir el misterio, de atraer a Lord Byron a la buena senda del amor y la fidelidad que él escurría o aparentaba escurrir.
No importa el contexto. Esta situación puede darse en la taquilla de un cine, en el metro… El buen seductor puede desplegar su arte en cualquier parte. Es como si supiera adivinar los pensamientos del otro, como si pudiera escuchar detrás de las palabras. «Un buen seductor sabe lo que quiere, sabe encontrar el modo de lograrlo y sobre todo sabe lo que la otra persona quiere.» El mensaje es subliminal. Es apenas una insinuación. A veces, o mejor dicho, las más de las veces, un silencio, un simple gesto, es más poderoso que mil palabras.
No hay una única fórmula, en todo caso. Vallejo-Nájera describe distintos tipos de estrategias: el tipo afrodita, el vividor, el rescatador, el artista, el cautivador, el intelectual, el encantador, el líder y el divo. El tipo afrodita hace que el otro se sienta sexualmente poderoso, fluctúa entre la risa y el llanto y desea lealtad, seguridad y optimismo; el tipo vividor es narcisita, ofrece aventuras y pasión desmedida, pero necesita de tu admiración; el rescatador viene a resolver todos tus problemas y le motiva «sentirse indispensable.» Por ello busca personas caóticas, despistadas o con baja autoestima, lo suyo es apreciar su ayuda. El artista es naturalmente creativo y romántico, incluso genial. Busca personas sensibles a la belleza y lo que más desea en el mundo es que le hagas sentirse especial. El cautivador, por su parte, es el rey de la empatía, alegre y de verbo fácil. Desdeñará a todo aquel que se muestre infeliz o que vierta críiticas. Lo que busca es personas rígidas y autoexigentes. El intelectual te rechazará si te muestras emotiva. Son muy selectivos y nunca demuestran que necesitan de alguien. El encantador se siente motivado si se siente cómodo. Es tranquilo y afable, ofrece apoyo a personas que padecen de estrés. El líder pretende que deposites en él la responsabilidad y no soportará el engaño. Se muestran seguros y enérgicos y se motivan cuando pueden tener el control. El divo es etéreo, insinuante, glamouroso, distante… Atraerle requiere que le hagas disfrutar con los pequeños placeres de la vida…
Fuentes
http://www.elmundo.es/elmundo/2008/05/09/ciencia/1210352889.html
http://www.elartedelaestrategia.com/estrategias_de_seduccion_emite_senales_contradicto.html
http://www.edarling.es/consejos/sexualidad/el-arte-de-la%20seduccion