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Desesperada

Si no vas a la moda…

16 abril, 2013
Reflexiones en torno a la moda

Las modas cambian cada vez más rápidamente y quien no va a la moda puede ser incluso objeto de burlas y quedar marginado del resto.

La moda es la tendencia o hábito repetitivo de adoptar una tendencia cualquiera por una gran mayoría de las personas. Se asocia normalmente a la vestimenta, a la industria de la moda, pero puede darse en muchas otras áreas como la electrónica, la música, el cine, a un tipo de comida o restaurantes, lugares de vacaciones, libros, ideologías, lenguaje, costumbres, conductas, personajes y demás.

De manera que se puede decir que la moda es un fenómeno social total. Es más, es el fenómeno mismo de lo social y que deriva de tres características de nuestras sociedades:

1. la necesidad de crear un espacio común en un mundo cada vez más parcelado y más incomunicado en lo personal, de la necesidad de crear un consenso y un cierto diálogo entre los sujetos aunque sea de forma artificial, esto es, a través de los medios de comunicación y la imagen: «aquello que compartimos se hace de imágenes tipificadas repetidas, de lugares y sentidos comunes, que se hacen comunes en virtud justamente de su repetición. Pasado un tiempo, cambian las imágenes y con ellas nuestra existencia común.» Y la moda es el lenguaje básico con el que se consigue lo que no se consigue de otro modo. Es a la vez el fenómeno cumbre de nuestra civilización, en palabras de Baudrillard. «Por su parte M. Kundera se refiere a la imagología, es decir, la capacidad de creación de simulacros y sucedáneos, como el milagro materialista de nuestro tiempo.»

La combinación de moda y comunicación hace que algo sea real cuando podemos observarlo con los ojos al mismo tiempo y dándole un mismo significado sin importarnos si procede de nuestra imaginación o de nuestras fabulaciones.

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2. como sugiere M. Riviérre, «la moda ha ayudado a construir el paraíso del capitalismo hegemónico.» Moda y capitalismo se retroalimentan. Son el motor del deseo que se satisface consumiendo de forma cíclica y sin reposo.
En palabras de J. Baudrillard: “No hay un progreso continuo en esos ámbitos: la moda es arbitraria, pasajera, cíclica y no añade nada a las cualidades intrínsecas del individuo.» Lo cual se contrapone a una situación de contemplación, aceptación o creación, generando una suerte de excitación generalizada.

3. la moda sigue el desarrollo técnico al igual que el arte. Es autónoma en lo que se refiere a la belleza, el bien y la verdad. Un ejemplo de esto es el tallaje de la ropa cuando no se corresponde con la realidad o cuando hablamos de nuevas tendencias, que se ajustan a patrones de deconstrucción del vestido.

Como colofón tenemos una estética de la frivolidad, es decir, de ausencia de esencia, de peso, de centralizad de lo real y una reducción del todo al mundo de las apariencias. Toda la exterioridad es completamente manipulable. Después de la orgía de la modernidad hace acto de presencia la post-orgía, una aceleración hacia el vacío: no somos libres pero lo fingimos.

El loo que cada uno busca es como su identidad de plástico. “Como ya no es posible definirse por la propia existencia –dirá J. Baudrillard–, sólo queda por hacer un acto de apariencia sin preocuparse por ser, ni siquiera por ser visto. Ya no: existo, estoy aquí; sino: soy visible, soy imagen –look, look! –. Ni siquiera narcisismo, sino una extroversión sin profundidad, una especie de ingenuidad publicitaria en la cual cada uno se convierte en empresario de su propia apariencia.»

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Ya no existen fronteras entre el bien y el mal, o entre lo interno y la externalidad, entre lo verdadero y lo falso. La confusión es absoluta y tampoco deja espacio para el humor que «sólo puede existir allí donde la gente distingue la frontera entre lo relevante y lo irrelevante.» (Milán Kundera).

En este contexto es que la reconvención artificial del cuerpo se ha impuesto como una nueva religión de la eterna juventud con exclusión de la muerte. El único dominio que aun se ejerce es el del sacrificio por adaptarse «a la apariencia cambiante y sin sentido.» Y las reinas de culto son las y los modelos.

Y a la estética de la frivolidad sigue la ética de la frivolidad. «El yo rortyano postmoderno nos aparece, … como un yo infinitamente revisable y compatible con una multiplicidad de identidades incoherentes, es caleidoscópico, especular y puede adquirir en sociedad distintos roles confundentes entre sí. La sociedad consiste entonces en un conjunto de yoes descentralizados constituidos por múltiples piezas de retazos culturales reconstruidos.» Desde esta visión del yo, no nos esposible integrar las experiencias ni hallar continuidad en la acción que se verifique en una suerte de personalidad con lo cual hablamos de un ética fingida, sin interioridad.

La moda es como un supermercado de yoes en el que se nos imponen inadvertidamente modelos de cómo «ser» (ya que no «somos»). Y a diferencia de lo que pueda suponerse la identidad prefabricada es un valor en alza. “El éxito de la identidad prefabricada –dirá M. Rivière– es que cada uno se la organiza de acuerdo con lo que previsiblemente triunfa.” Se habla así de perdedores y de ganadores. Se diluyen los matices. Y toda la sociedad se ha convertido en una pasarela.
Solo existe el presente ya que los cambios son prácticamente instantáneos. Cada vez más acelerados. Todo es efímero: «al no ser radical la novedad se agota en muy poco tiempo y de nuevo aparece el aburrimiento y el vértigo, la dependencia de la oferta.»

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Por otra parta, la moda forma parte de la presunta democratización que comenzó en el periodo de entreguerras cuando todo el mundo tuvo acceso a la ropa con el prêt à porter, con lo que se convierte en un instrumento más de consenso social. Pero debajo de las apariencias existe una indiscutible homogeneidad.

Y como diría Yves Saint Laurent, «la gente ya no quiere ser elegante, quiere seducir.» Y seducir es un modo de ejercer poder. De reducir las relaciones humanas a impulsos, apetitos, impactos, emociones, en síntesis, inmediatez. El ser humano se vuelve predecible y así manipulable.

Pero la moda o más bien el vestido en sí, también tiene un lado imprescindible para el hombre que es la posibilidad de ocultarse y de mostrar lo que quiere mostrar para conseguir aquello que desea, y también para guardar las distancias. Y es siempre útil mientras no lleve a la alienación de las personas como ocurre en la actualidad.

Fuente: Montserrat Herrero

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