
De la misma manera en que se le pone nombre a un hijo, haciendo listas antes de que nazca y desechando los que no nos gustan hasta que quedan como máximo dos en el momento del bautizo, hay quienes se ocupan de buscar denominaciones para los medicamentos mucho antes de que salgan al mercado, aun en fase de investigación. Incluso antes de que haya dosis. Y las farmacéuticas se ocupan de que esos nombres vayan calando en la población para que llegado el momento de su lanzamiento la gente los reconozca de inmediato y les suene familiar. A esto se le llama «crear marca». Y de lo que se trata es de encontrar un nombre que sirva para todo el mundo, que sea fácil de pronunciar en cualquier idioma, sea corto y pegadizo de manera que pronto se posicione en el mercado, que es la única manera de recuperar la inversión que conlleva crear la marca del medicamento y los años de investigación.
¿Pero quiénes son los responsables de crear esas marcas? Normalmente son empresas externas que se dedican en exclusiva a ese trabajo. Los creativos invierten entre dos o tres meses en crear lo que se denomina «nombre fantasía» para un único medicamento basándose en la etimología de la palabra en todos los idiomas, buscando en diccionarios de latín y griego y basándose en los ya existentes para evitar que se parezcan. Por otro lado hay ciertas leyes: la x, la z y la y son identificativas de productos punteros; la terminación «ina» es muy común para este tipo de productos. Y los nombres deben ser lo más concisos y potentes posibles. Al cliente se le presentan varias opciones y es quien decide.
Así Prozac cuya finalidad era devolver la alegría a los pacientes, proviene de «pro» que deriva del griego protos que significa primero, y zac que deriva del nombre hebreo Itzjac que significa reír.
Viagra, la ayuda para la eyaculación precoz de Pfizer, surgió a raíz de la palabra vigor y de las cataratas del Niágara como indicativo de flujo.
Aspirina proviene del nombre de la planta «Spiraea Ulmaria» de la que se extrae el principio activo del fármaco de Bayer, de manera que la A viene de acetil, spir de la planta y la terminación «ina» muy común en el sector.
Valium proviene de equilibrium y da sensación de tranqulidad, etc.
Pero hasta llegar a este punto del proceso, antes se le ha debido dar a la nueva molécula una denominación química que permita identificar el compuesto, consistente en letras y números. Una vez el compuesto es aprobado por las autoridades para lanzarlo como método terapéutico, se le dan dos denominaciones nuevas: una es el nombre genérico, el que se basa en el principio activo del compuesto, y la otra, el nombre comercial de propiedad exclusiva de la compañía. Este proceso puede llegar a costar 1.000.000 de euros. Porque junto con el nombre comercial es necesario crear una imagen completa del medicamento, desde su embalaje hasta la publicidad. Pero la publicidad de un medicamento dista mucho de la de otros productos porque existen innumerables restricciones según la Ley del Medicamento, según explica Enric Gómez, director general de Ogilvy Healthworld en Barcelona, una división de la agencia publicitaria dedicada a la comunicación en temas de salud. Por otra parte no es lo mismo dirigirse a los médicos que al público en general. Por ejemplo, en España no se pueden utilizar marcas, mientras que en Estados Unidos sí. Y además, las farmacéuticas son muy reticentes a las publicidades muy innovadoras. Un hito en este sentido fue el Viagra porque cuando salió al mercado ya se le había dado una amplia cobertura en las redes sociales. No obstante, según Javier Agudo, vicepresidente creativo de Ogilvy Healthworld, el uso de internet no es lo más común. Las multinacionales del sector por lo general no se animan a embarcarse en campañas publicitarias rompedoras.
El principal problema, empero, es que dos marcas suenen parecido porque aunque parezca gracioso, es más bien peligroso. Los médicos pueden confundirse en una letra, lo que ocurre en el 10% de los casos, poniendo en peligro la salud o la vida de los pacientes. Para la OMS ésta es una de las prioridades en lo que se refiere a la salida de nuevos medicamentos. Y para ello existe el Instituto para el Uso Seguro de los Medicamentos (ISMP-España), que se encarga de vigilar y notificar a las autoridades competentes los nombres que pueden inducir a error, y que trabaja junto con el Consejo General de Colegios Oficiales de Farmacéuticos. Así por ejemplo Atusan, que es una pomada infantil, se parece a Natulán, que es un anticancerígeno. Almax, un protector gástrico, es semejante a Atarax, un ansiolítico. Tal es el peligro que en los últimos años se ha tenido que cambiar más de un nombre a ciertos medicamentos. La confusión entre Reminyl (ahora Razadyne) un tratamiento para el Alzheimer y Amaryl, un fármaco para la diabetes, causó la muerte de un paciente en los Estados Unidos. En 2011 se puso en marcha un proyecto piloto para que las farmacéuticas propongan a la Agencia varias denominaciones de manera que ésta pueda evaluar los pros y los contras de cada una antes de la decisión final.
Fuente
http://www.elmundo.es/elmundosalud/2009/09/23/medicina/1253705219.html